Habíamos pasado una semana de grandes nevadas en toda España, y estábamos ansiosos por probar nuestros coches sobre la nieve, así que pensamos en hacer una ruta por Segovía o Ávila, donde seguro que encontraríamos nieve y barro para aburrir.
Finalmente,y convencidos por Mauri, decidimos hacer la ruta «Llanuras castellanas», extraída de la revista Auto Verde. Quedamos a las 10 de la mañana en la carretera de la Coruña, y finalmente solo fuimos Fernando y Tatane, Ángel y Ana y Santiago (sólo), ya que Mauri todavía no tenía el coche reparado.
Cuando comenzamos la ruta en Segovia capital, nos sorprendió ver que la nieve brillaba por su ausencia, y sólo se divisaba en la lejana sierra. Cuando llevábamos menos de dos horas de ruta, empezamos a extrañarnos de no encontrar nieve, y ni si quiera barro, ya que había llovido poco, y los charcos que había estaban congelados. La ruta se empzaba a hacer aburrida, aunque transcurría en parte por los arenales cercanos a Cantalejo, y eso añadió un poco de sal a la conducción.
Como indicativo de lo aburrido y rápido de la ruta, que constaba sólo de pistas y más pistas, sólo diré que por una vez en la vida, llegamos a Turégano comer antes de la hora prevista. Del escaso interés de la mañana, nos resarcimos comiendo un extraordinario cordero y unos deliciosos postres. Después de comer, replanteamos nuestra estrategia y decidimos ir en busca de la avnetura si es que esta no venía a nosotros. Fernando, conocedor de esa zona, propuso que tomásemos el camino hacia Navafría, donde con seguridad encontraríamos barro y nieve.
Así lo hicimos, y la sobremesa fue mucho mejor que el aperitivo. Por fin, había grandes zonas de barro, algún pequeño vadeo, y por fin, al final de la ruta llanueras cubiertas por la nieve (aunque sin pasarse, claro). Pasamos algunos pequeños tramos trialeros y la cosa fue muy entretenida. Al llegar al puerto de Navafría, la carretera estaba casi cubierta de nieve, y el resto de los «vulgares turismos», andaban con mucho tiento mientras nosotros íbamos absolutamente despreocupados, parando a tirarnos bolas de nieve.
Como llegamos a Lozoyuela muy pronto, Fernando propuso pasar por Oteruelo a recoger unas cosas y desde ahí, ir a Madrid por el puerto de la Morcuera. Cuando llegamos al puerto, ya de noche, nevaba muchísimo y la carretera estaba aboslutamente cubierta por una gruesa capa de nieve. No parecía que ningún vehículo hubiera pasado por ahí en las últimas horas. sin dudarlo, comenzamos a ascender el puerto, mientras seguía nevando con más fuerza, formando una gran ventisca. Sorprendentemente, los coches, sin necesidad de cadenas, avanzaban sin ningún problema, y el trecho, aunque intenso fue muy tranquilo y sin percances.